domingo, 19 de abril de 2009

IMPRESIONES DE UN PROFESOR

Esa mañana entró al aula como lo había hecho durante veinte años. Todo era igual, sin embargo diferente. Ese día los conocería, treinta y cinco adolescentes, no preocupados por un futuro forjado en el estudio. No, eran esos que habían dado vueltas por tantas escuelas y ahora habían anclado en ésta. Algunos acaso, completaran su escolaridad.
Los mira. Ve expectativas de nada en esos ojos, que lo observan desde el fracaso antes de empezar. Los mira y piensa, seguro que exageran un poco. Pero el fatalismo los inunda, tal vez porque el fatalismo es comodidad. Nada más seguro que un cero en geografía, excluir toda posibilidad éxito y desterrar los inconvenientes del esfuerzo. Ahí están, como un abanico de la época. ¿Distintos? ¿Iguales? El rockero, de pantalones ajustados, ropa de marca para el cheto, campera de cuero para el fanático de las motos, pelos largos o flequillos al ras, pokemonas contra pelilais, viudas de quince años antes de casarse, percing y tatuajes por doquier.
Piensa, recién dejaron el asombro de la infancia y sin embargo, tienen ese aire de indiferente seriedad. Dan la impresión de saber más que él. Pero ¿sobre qué? Ese es precisamente el enigma de sus rostros…

Inés Carozza

QUIÉN DIJO QUE TODO ESTÁ PERDIDO…

Lo conocí cuando tenía trece años. Era un chico sin dificultades para la amistad, ni con el estudio. Después algo pasó, un resorte se disparó y un click repercutió en su cabeza. Nunca supe el porqué, pero se transformó. Se aisló, se fabricó una imagen con dibujos certeros en el cuerpo y piercing en la cara; cortó su cabello: un día media cabeza rapada, otro, un cuadriculado a dos tonos. Después no lo vi más.
Con los años, llegó a la nocturna y volvimos a encontrarnos. Persistía en su soledad, sin embargo, permitió que me infiltrara en sus pensamientos. Amaba el arte y era magistral con lápices y colores. Una vez le pedí un dibujo para la revista escolar y no se negó, se sintió halagado y dejó que escarbara la armadura de cueros y melancolía, que escondía en su interior la suavidad del dulce. Terminó el año y se fue como tantos otros.
Sorpresivamente, un día apareció y no lo reconocí. El joven que me hablaba era alguien diferente, sin corte de pelo raro. Me contó que viajaría para estudiar arte, pregunté por el “otro”, dijo “ha encallado en una estación del pasado, yo transito la de la esperanza”.

Inés Carozza

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