viernes, 3 de abril de 2009

EVASIÓN

“Y desde el asteroide Kettler todos miraron asombrados a la tierra…” Y colorín, colorado este cuento se ha terminado dijo Rocío cerrando el libro. Sus alumnos la siguieron con la mirada, mientras acomodaba el volumen en el estante correspondiente a relatos de ciencia ficción, luego retornó a su silla y dio por concluido el día escolar. Esa mañana había sido especialmente larga, más que de costumbre, cargada de conflictos con padres y alumnos, no veía el momento de regresar a su casa. Ahí la esperaba su hijita de cinco años y también una serie de problemas, pero estos de otra índole. Fue por eso que antes de emprender el regreso decidió darse un respiro y después que los chicos hubieron salido del aula, volvió a tomar el libro y se sentó en un rincón.
Sin darse prisa y llevada por una voluntad que no era la propia, lo abrió al azar. En la historia que leyera un rato antes los personajes deambulaban como sombras en un asteroide que era un espejo de la Tierra. Todo lo que allí ocurría tenía su correlato en este planeta. Fue entonces cuando en una página, que sin querer había salteado o no había visto en su lectura anterior, descubrió su propia historia, la de una joven maestra que intentaba por todos sus medios sobrevivir en esa jungla que era, de repente, la vida. Su marido la había abandonado, el dinero no le alcanzaba y a pesar de todo tenía que mostrarse entera frente a su hija.
El deseo de perderse en las páginas, que le brindaban la posibilidad de huir, fue intenso, ¿porqué no convertirse en una sombra del asteroide y escapar del dolor? Sin embargo, si todo fuera tan fácil como el desaparecer en un libro y formar parte de la ficción, ya lo hubiera hecho. Pero no era así y las ficciones estaban ahí, en su biblioteca y ninguna la alcanzaba, la tomaba como una gran mano y la introducía en otra historia que no fuera la suya. Qué hacer entonces, se preguntó ya al borde de la desesperación...
Su malestar era tan grande que no tuvo tiempo de advertir que de pronto entre el follaje que ilustraba el cuento, algo se movía. El dibujo representaba una selva exótica, llena de vegetación con distintas tonalidades de verde. Mientras lo observaba casi distraídamente pensó, bueno si en el asteroide de “El Principito” hay volcanes y una rosa egoísta, por qué en éste no va haber selvas. Y estaba sumida en estás reflexionas y en otras más profundas de su vida personal cuando, de pronto unos ojos grandes, entre verdes y amarillos la espiaron por entre el follaje.
Cómo haría, se decía para seguir adelante. Tendría que buscar otro trabajo, pero con lo difícil que estaba todo… No miró la página, su vista ahora estaba perdida en lo más profundo de su interior, sus ojos no tenían capacidad para ver alrededor y menos bajar la vista hacía el libro, que sobre su falda se agitaba sin que ella lo notara.
De en medio de la maleza, agazapados aparecieron dos felinos, que hasta ese entonces no habían estado visibles y como si supieran de su deseo contenido, haciendo gloría de su instinto, esperaban al acecho…
Esa tarde, Rocío no llegó a su casa. En vano la buscó la policía durante varios días rastrillando las zonas aledañas al colegio. Nadie, tampoco la había visto salir como de costumbre hacia la parada del colectivo. Sólo encontraron el libro, abierto sobre un banco, en un rincón del aula desierta. En esa página se observaba la ilustración de una selva en la que dos tigres tranquilos dormían complacidos su pesadez. Junto a ellos y sobre la hoja había un trozo de tela, parecida a la de los guardapolvos, que usan las maestras.

Inés Carozza

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