domingo, 29 de marzo de 2009

PREOCUPACIONES DE UN PADRE DE FAMILIA

“Algunos dicen que la palabra “odradek” procede del esloveno, y sobre esta base tratan de establecer su etimología. Otros, en cambio, creen que es de origen alemán, con alguna influencia del esloveno. Pero la incertidumbre de ambos supuestos despierta la sospecha de que ninguno de los dos sea correcto, sobre todo porque no ayudan a determinar el sentido de esa palabra.
Como es lógico, nadie se preocuparía por semejante investigación si no fuera porque existe realmente un ser llamado Odradek. A primera vista tiene el aspecto de un carrete de hilo en forma de estrella plana. Parece cubierto de hilo, pero más bien se trata de pedazos de hilo, de los tipos y colores más diversos, anudados o apelmazados entre sí. Pero no es únicamente un carrete de hilo, pues de su centro emerge un pequeño palito, al que está fijado otro, en ángulo recto. Con ayuda de este último, por un lado, y con una especie de prolongación que tiene uno de los radios, por el otro, el conjunto puede sostenerse como sobre dos patas.
Uno siente la tentación de creer que esta criatura tuvo, tiempo atrás, una figura más razonable y que ahora está rota. Pero éste no parece ser el caso; al menos, no encuentro ningún indicio de ello; en ninguna parte se ven huellas de añadidos o de puntas de rotura que pudieran darnos una pista en ese sentido; aunque el conjunto es absurdo, parece completo en sí. Y no es posible dar más detalles, porque Odradek es muy movedizo y no se deja atrapar.
Habita alternativamente bajo la techumbre, en la escalera, en los pasillos y en el zaguán. A veces no se deja ver durante varios meses, como si su hubiese ido a otras casas, pero siempre vuelve a la nuestra. A veces, cuando uno sale por la puerta y lo descubre arrimado a la baranda, al pie de la escalera, entran ganas de hablar con él. No se le hacen preguntas difíciles, desde luego, porque, como es tan pequeño, uno lo trata como si fuera un niño.
- ¿Cómo te llamas?- le pregunto.
- Odradek- me contesta.
- ¿Y dónde vives?
- Domicilio indeterminado – dice y se ríe. Es una risa como la que se podría producir si no se tuvieran pulmones. Suena como el crujido de hojas secas, y con ella suele concluir la conversación. A veces ni siquiera contesta y permanece tan callado como la madera de la que parece hecho.
En vano me pregunto qué será de él. ¿Acaso puede morir? Todo lo que muere debe haber tenido alguna razón de ser, alguna clase de actividad que lo ha desgastado. Y éste no es el caso de Odradek. ¿Acaso rodará algún día por la escalera, arrastrando unos hilos ante los pies de mis hijos y de los hijos de mis hijos? No parece que haga mal a nadie; pero casi me resulta dolorosa la idea de que me puede sobrevivir.”

Franz Kafka, Relatos breves, Hyspamérica, Buenos Aires, 1985.


¿Quién es el odradek?

Podríamos preguntarnos de cuántas formas puede leerse este brevísimo relato de Kafka, diría que de muchas, puesto que podemos pensar, suponer que el “odradek” puede ser varias cosas. ¿Es una especie de juguete misterioso, con el que tal vez juegan los hijos y por lo tanto incomprensible para los padres? ¿Es un adolescente de conductas y aspecto extravagantes? ¿Es, un ser viviente extraño que irrumpe en la vida del narrador -un padre de familia- ocasionándole toda serie de desvelos? Lo cierto es que las hipótesis pueden ser varias y como siempre que se trata de un texto literario las interpretaciones abundan, se cruzan y dan origen a nuevas interpretaciones –todo depende desde el lugar que se lo mire. Con esto quiero decir que nuestra mirada de lectores puede situarse en diferentes ángulos. Es así que podemos hacer caso del título y ver que el narrador está focalizado en el padre, víctima de un extraño hijo, mascota rara o cualquier otra especie de ser, objeto, o todo lo que nuestra imaginación nos dicte, de comportamientos absurdos, totalmente alejados de los que él espera, que no cumple para nada con sus expectativas y eso lo transforma en un ser desconocido ante sus ojos. Es el “otro”, el distinto, el diferente. Lo cierto es que la primera lectura nos enfrenta al tema de la “otredad”.
Pero ¿qué pasaría si la balanza se inclina sobre el lado del hijo? Cuidado, no digo que el narrador y su focalización cambien, pero debo admitir que aquí entran en juego los conocimientos previos que el lector pueda tener sobre la vida del autor. Todo aquel que conozca algo de la vida de Kafka, sabe muy bien de los conflictos que tenía con su padre, conflictos que atraviesan su obra y se plasman de forma concreta en su “Carta al padre”. Aquí el tema de sentirse “otro” se potencia, es decir el padre ve a su hijo como “el otro” el odradek, el insecto enorme de “La metamorfosis”, y el hijo se siente insignificante, ante la mirada paterna, como un insecto, que además de ser de una condición distinta a la humana, es tan pequeño como un bicho al que se puede aplastar sin esfuerzo con una suave presión. Aclaremos que la interpretación es cruel, pero esa crueldad, ironía, humor sarcástico o como se lo quiera llamar, está presente siempre que leemos al autor praguense. Muchos aspectos de la vida y condición de Franz Kafka se filtran en este cuento, observémoslo en algunos fragmentos del texto: “…como es tan pequeño, uno lo trata como si fuera un niño.”
(…) “Es una risa como la que se podría producir si no se tuvieran pulmones. Suena como el crujido de hojas secas, y con ella suele concluir la conversación. A veces ni siquiera contesta y permanece tan callado como la madera de la que parece hecho.”
Lo antes dicho nos recuerda el aspecto endeble, la actitud temerosa ante su padre y la salud debilitada por la tuberculosis que terminaría con sus días.
Pero contemplemos otra posibilidad, ya no desde la óptica del narrador, ni desde la del “odradek”, sino desde la mirada de un lector que no haya leído nunca a Kafka. Por supuesto que los conocimientos del imaginario kafkiano facilitan la comprensión de un relato de su autoría, sin embargo, me animo a decir, que esos saberes pueden “contaminar” una lectura ingenua, esa lectura de descubrimiento, tan fascinante. En los esquemas mentales de un lector novato, esos conocimientos se esfuman, directamente no existen y pienso que en casos de cuentos como éste, la ignorancia sobre algunos temas literarios, enriquece la posible elaboración de hipótesis e interpretaciones. Muchas veces, cuando se trata de ficción, el lector no entrenado puede hallar caminos diferentes en la búsqueda de significados, muy valiosos además por ser nuevos. En estos lectores que se inician, ávidos e interesados, que dan sus primeros pasos por el camino infinito de la lectura, se ponen en marcha dispositivos complejos para activar mediante la memoria conocimientos previos relacionados al mundo físico, al mundo social, a la comunicación y al lenguaje. De más está decir que siempre el lector de textos literarios debe guardar un grado de complicidad y aceptar como verosímil el mundo recreado en el relato, (dejarse llevar por el mundo intrincado de la imaginación), si no es así no existiría interpretación válida para la ficción.
En resumen, la lectura de un texto literario implica un trabajo por parte del lector. Este consiste en realizar una operación subjetiva orientada, al menos, según dos principios: emplear la obra como plataforma para dejar que vuele la imaginación o identificarse con lo expresado en el texto. Las ideas, sentidos, emociones contenidos en éste se desbordan, pero deben establecerse correspondencias entre el texto y el lector para lograr la comprensión. El trabajo imaginativo da pie a la construcción de interpretaciones de la obra, pues es la herramienta fundamental para iniciar el proceso de compresión. Al respecto Hans–Georg Gadamer, explica en su libro Arte y verdad de la palabra: “Leer es interpretar, y la interpretación no es otra cosa que la ejecución articulada de la lectura. Por consiguiente, el “texto” no es aquí un dato fijo al que, al final, tengan que retrotraerse el lector y el intérprete. El texto eminente es una configuración consistente, autónoma, que requiere ser leída y constantemente releída, aunque siempre haya sido antes comprendido.”
[1]
En ese sentido cada lector no hace, necesariamente, una lectura que desatienda la libertad de la interpretación (a veces fecunda en propuestas, a veces propiciada por el propio texto) ni una lectura frenada por prejuicios en el momento de leer. Un texto literario debe concebirse de tal modo que comprometa la imaginación de quien lee, pues la lectura sólo se convierte en placer cuando es activa y creativa.
A medida que el lector utiliza las diversas perspectivas que el texto le ofrece se pone en marcha el proceso de interpretación y comprensión necesaria para determinar una lectura, y éste tiene como último resultado el acercamiento al mundo posible
del texto, lo que hace que la obra literaria revele su carácter inherentemente dinámico. Un texto es susceptible potencialmente de admitir diversas realizaciones, y ninguna lectura puede agotar esta potencialidad contenida, pues en cada lectura particular el sujeto llenará los agujeros que aparecen en ella, y la interpretará desde su horizonte de expectativas particular. Así, en tanto lector competente, será capaz de reconocer, implícita o explícitamente, todas las probabilidades que el texto le ofrece. Como cualquier otro discurso, y acaso más que ninguno, el discurso literario no es completamente explícito. Por el contrario, requiere un esfuerzo por parte de los lectores, para rellenar los espacios de lo no dicho y presupuesto, establecer relaciones de sentido y para hilar el tejido de citas que incluye su lectura; además el texto contiene una serie de señas y guiños implícitos que determinan relaciones de connotación y de ambigüedad que es propia de su esencia.
La interpretación y el significado de la obra se asimilan a la propia experiencia lectora. En el proceso de lectura, de las relaciones que se producen entre el texto, los procedimientos y los modelos interpretativos que trae el receptor, surge la interpretación. La participación activa del lector describe lo literario a partir de la respuesta que él genera desde la experiencia con la obra. El lector es, por lo tanto, la persona que lee (signos, palabras) para extraer del texto cosas, comprenderlas y darles un significado (en ello consiste el acto de leer). Podemos afirmar que, precisamente por seleccionar y sustraer algunas de éstas y prescindir de otras, este proceso se hace selectivo, y de esta manera el texto potencial será infinitamente más rico que cualquiera de sus realizaciones concretas. Esto se confirma en el hecho de que la segunda lectura de una obra produce con frecuencia una impresión distinta a la primera.
Inés C. Carozza


[1] Gadamer, Hans–Georg. Arte y verdad de la palabra. Traducción de Francisco Zúñiga García y Faustino Oncina. Barcelona. Paidós. 1998.

sábado, 28 de marzo de 2009

INSTRUCCIONES INÚTILES

A la manera de Julio Cortázar, estas instrucciones disparatadas, resultan una buena actividad de escritura. Divertidas para el que escribe, ojalá resulten igual para el que las lea.

Instrucciones para callar

A quién no le pidieron alguna vez que haga silencio, qué se calle. Aunque parezca cosa sencilla, no lo es tal para algunas personas. Estos seres que se caracterizan por emitir más cien palabras por minuto, en su aprendizaje del mutismo deben disponer de un manual, pequeño librito – a veces inútil - que duerme junto a su cama sobre la mesa de luz.
Cuando alguna de estas personas debe llamarse a silencio, a cerrar su boca, a no proferir sonido, consulta las instrucciones del manual, en las que se le indica como primera medida mantener los labios bien apretados, imprimiendo una mueca, parecida a una línea recta, en la parte inferior de su cara. Otra posibilidad es morderse fuertemente la lengua, pero evitando que ésta sangre.
En algunos apartados del instructivo se recomienda tener siempre, en estos casos de charlatanería, una cinta adhesiva bien ancha que cubra toda la superficie de la boca del charlatán. Sin embargo, lo que más le conviene al hablador es no cruzarse en su camino con nadie a quien dirigirle la palabra. ¡Y cuidado con los espejos!, porque si se ve reflejado en alguno, habla consigo mismo.
Cosas que exasperan al que debe aprender a callar:
1. Buscar a alguien a quien hablarle y no encontrarlo.
2. Tener la respuesta justa y no poder decirla, porque su interlocutor lo dejó con la palabra en la boca.
3. No saber que decir por desconocer el tema del cual se habla.
4. En una reunión, que las personas que están cerca de él digan: “el silencio es salud”.
5. Cuando en el trabajo, su jefe se dirige a él diciendo: “¡Ahora voy a hablar yo!”
6. Que le pregunten: “¿Comió guiso de lengua?”
Pero lo peor que le puede pasar es salir a la calle y encontrar escrito en una de las paredes del frente de su casa: “En boca cerrada no entran moscas”. Eso sí, estos personajes siempre se consuelan diciéndose a sí mismos “ya habrá un tiempo en el que deberé callar para siempre, por eso mientras viva hablaré hasta por los codos”.

Instrucciones para caerse

Aquél que quiera caerse debe seguir una serie de pasos, a saber:
Primero: conocer los movimientos previos a la caída. Éstos consisten en inclinaciones vacilantes hacia atrás, adelante o a los costados, todo depende del tipo de caída y la intensidad del impulso que la provoca.
Segundo: topar con alguna imperfección del terreno, ya sea protuberancia o hundimiento, que lo hagan trastabillar y dar con su cuerpo en el suelo.
Tercero: en algunos casos la caída puede ser provocada por otra persona, que violentamente o no, da un empellón al cayente quien termina con su humanidad sobre tierra.
Cuarto: caminar por lugares riesgosos, como por ejemplo: cornisas, precipicios, acantilados, etc. En estos casos seguramente la caída será veloz y no se podrá contar cuáles fueron los efectos de la velocidad y el vértigo.
Quinto: otra posibilidad para tener una caída garantizada, es reunirse con amigos en una fiesta y tomar grandes cantidades de varias bebidas alcohólicas. Los efectos secundarios (entre otros) casi siempre consisten en mareos, que tambalean el cuerpo del que quiere caer, hasta dar con éste sobre el asfalto, una alfombra o cualquier tipo de terreno que haya debajo de sus pies.
Advertencia:
Los aprendices en el arte de caer, deben considerar que el cumplimiento de su objetivo no es gratuito, trae consigo consecuencias como, magullones, cardenales, esguinces, huesos rotos entre las más leves. En algunos casos el aprendizaje de la caída se cobra la vida del aprendiz.

Escribió: Inés Carozza