miércoles, 29 de abril de 2009

martes, 28 de abril de 2009

DON MANRIQUE


Por Inés Carozza

Pero ¿qué es lo usted dice Don Manrique? ¿Qué tenemos como tres vidas? ¿Cómo es eso?
- Sí, hijo sí. La de acá, la del más allá y hay otra.
- Esa es la que me interesa, la otra. ¿Me explica?... Sabe que pasa, usted, en sus famosas coplas… En la XXXV, precisamente, habla de la fama y… y… yo quería..., quiero ser famoso…
- ¿En la XXXV, dices? Ya ha pasado tanto tiempo, que muy bien no lo recuerdo… pero sí, tiene que ver con eso.
- ¿Con qué?
-  Pues con el recuerdo. Con que todos te recuerden por lo que fuiste, por tus obras, es decir tus acciones. Que claro, deben ser buenas. Aunque pensándolo bien, si son malas, muy malas, también te van a recordar. Por todos los daños que has causado. Claro que serías famoso igual. Pero vamos, que no es eso lo que he querido decir en mis coplas.
- Sabe qué Don Manrique... yo no sé muy bien lo que quiso decir, pero sé que a mí me cuesta bastante entender su libro, por lo del castellano antiguo ¿vio? Claro que la conversación por lo menos me sirvió para algo. Entendí que la fama tiene dos caras, una buena y una mala. Y no estoy tan seguro ahora de querer ser famoso. Conozco a algunos que por un instante, que digo, por la centésima parte de un instante darían cualquier cosa por saborear a la codiciada chica.
- Pero ¿de qué chica me hablas?
- De la fama, ¡eh que yo también puedo usar metáforas!... Y bueno, ahora que tengo un poco más ordenada mi cabeza, voy a ir terminando con el libro porqué está por cerrar la biblioteca y usted tiene que volver al estante. Que la señora del mostrador me recomendó: “cuidado con este ejemplar que es único”, y no sé cuantos años dijo que tenía. Así que lo dejo…
- Espera, espera, primero explícame como es eso de ordenar la cabeza, ¿la limpias? ¿La barres? ¿Sacudes? ¿Qué haces?
- No, Don Manrique, es otra metáfora. Quise decir: ahora que tengo más claros mis pensamientos. ¿Entiende?
- Sí, hijo, sí, pero vete que allí llega la del mostrador. Ya devuélveme al estante, no vaya a pensar que estas loco y que estás hablando solo. Ah, vuelve cuando quieras, que me aburro, me abren tan poco. La del mostrador ni siquiera me pasa un plumero. Con eso te digo todo. Que esa fama de la que tanto hablé, sólo me sirvió para que de vez en cuando me desempolve algún estudiante, y viste como son algunos jóvenes, tan aburridos, que me duermo yo antes que ellos.

domingo, 26 de abril de 2009

EL CANTO DE LAS SIRENAS


Fragmento del Canto XII de La Odisea de Homero

“Odiseo.-¡Oh, amigos! No conviene que sean únicamente uno o dos quienes conozcan los vaticinios que me reveló Circe, la divina entre las diosas, y os los voy a referir para que, sabedores de ellos, o muramos o nos salvemos, librándonos de la muerte y de la Parca. Nos ordena lo primero rehuir la voz de las divinales sirenas y el florido prado en que éstas moran. Manifestóme que tan sólo yo debo oírlas, pero atadme con fuertes lazos, de pie y arrimado a la parte inferior del mástil –para que me esté allí sin moverme-, y las sogas líguense al mismo. Y en el caso de que os ruegue o mande que me soltéis, atadme con más lazos todavía.
Mientras hablaba, declarando estas cosas a mis compañeros, la nave, bien construida, llegó muy presto a la isla de las sirenas, pues la
Empujaba favorable viento. Desde aquel instante echóse el viento y reinó sosegada clama, pues algún numen adormeció las olas. Levantáronse mis compañeros, amainaron las velas y pusiéronlas en la cóncava nave y, habiéndose sentado nuevamente en los bancos, emblanquecían el agua, agitándola con los remos de pulimentado abeto. Tomé al instante un gran pan de cera y lo partí con el agudo bronce en pedacitos, que me puse luego a apretar con mis robustas manos. Pronto se calentó la cera, porque hubo de ceder a la gran fuerza y a los rayos del soberano Sol Hiperiónida, y fui tapando con ellas lo oídos de todos los compañeros. Atáronme éstos en la nave, de pies y manos, derecho y arrimado a la parte inferior del mástil; ligaron las sogas al mismo, y sentándose en los bancos, tornaron a batir con los remos el espumoso mar. Hicimos andar la nave muy rápidamente y, al hallarnos tan cerca de la orilla que allá pudieran llegar nuestras voces, no se les encubrió a las sirenas que la ligera embarcación navegaba a poca distancia, y empezaron un sonoro canto:
Las sirenas: - ¡Ea, célebre Odiseo, gloria insigne de los aqueos! Acércate y detén la nave para que oigas nuestra voz. Nadie ha pasado en su negro bajel sin que oyera la suave voz que fluye de nuestra boca, sino que se van todos después de recrearse con ellas, sabiendo más que antes, pues sabemos cuántas fatigas padecieron en la vasta Troya argivos y teucros, por la voluntad de los dioses y conocemos también todo cuanto ocurre en la fértil tierra.
Esto dijeron con su hermosa voz. Sintióse mi corazón con ganas de oírlas, y moví las cejas, mandando a los compañeros que me desatasen, pero todos se inclinaron y se pusieron a remar. Y, levantándose al punto Perímedes y Euríloco, atáronme con nuevos lazos, que me sujetaban más reciamente. Cuando dejamos atrás las sirenas y ni su voz ni su canto se oían ya, quitáronse mis fieles compañeros la cera con que había yo tapado sus oídos y me soltaron las ligaduras. Al poco rato de haber dejado atrás la isla de las sirenas, vi humo e ingentes olas y percibí fuerte estruendo. Los míos, amedrentados, hicieron volar los remos, que cayeron con gran fragor en la corriente, y la nave se detuvo porque ya las manos no batían los largos remos”.

"LA SIRENA INCONFORME" de Augusto Monterroso

Usó todas sus voces, todos sus registros; en cierta forma se extralimitó; quedó afónica quién sabe por cuánto tiempo.
Las otras pronto se dieron cuenta de que era poco lo que podían hacer, de que el aburridor y astuto Ulises había empleado una vez más su ingenio, y con cierto alivio se resignaron a dejarlo pasar.
Esta no; ésta luchó hasta el fin, incluso después de que aquel hombre tan amado y deseado desapareció definitivamente.
Pero el tiempo es terco y pasa y todo vuelve.
Al regreso del héroe, cuando sus compañeras, aleccionadas por la experiencia, ni siquiera tratan de repetir sus vanas insinuaciones, sumisa, con la voz apagada, y persuadida de la inutilidad de su intento, sigue cantando.
Por su parte, más seguro de sí mismo, como quien había viajado tanto, esta vez Ulises se detuvo, desembarcó, le estrechó la mano, escuchó el canto solitario durante un tiempo según él más o menos discreto, y cuando lo consideró oportuno la poseyó ingeniosamente; poco después, de acuerdo con su costumbre, huyó.
De esta unión nació el fabuloso Hygrós, o sea “el Húmedo” en nuestro seco español, posteriormente proclamado patrón de las vírgenes solitarias, las pálidas prostitutas que las compañías navieras contratan para entretener a los pasajeros tímidos que en las noches deambulan por las cubiertas de sus vastos transatlánticos, los pobres, los ricos, y otras causas perdidas.

Augusto Monterroso (1991), La oveja negra y demás fábulas, Barcelona, Anagrama.

DE HOMERO A MONTERROSO

Análisis comparativo e interpretativo de “La sirena inconforme” de Augusto Monterroso y el fragmento del Canto XII de La Odisea de Homero

Por Inés Carozza

 Realizar el análisis comparativo y no entrelazarlo con el interpretativo resulta sumamente difícil, por eso trataremos de ser lo más claros posible en el abordaje de los textos propuestos. Tanto “La sirena inconforme” de Augusto Monterroso, como el Canto XII de La Odisea nos muestran dos concepciones diferentes sobre la relación del héroe homérico, Ulises, y las sirenas. La Odisea narra la historia de un hombre que tras muchos padecimientos y vagabundeos vuelve a su hogar donde lo espera su esposa, materialmente sitiada por un grupo de pretendientes, a quienes él castiga con la muerte. Ulises u Odiseo es el eterno viajero, que persiste en el retorno a su patria y que encarna al “buscador” por excelencia, seguramente de sí mismo. Pero es en esta búsqueda y retorno que debe enfrentarse a un montón de contratiempos y dificultades, que en muchos casos lo alejan más de su Ítaca, en vez de aproximarlo. Una las aventuras del héroe griego, es la que se relata en el Canto XII. Advertido por la bella Circe: “Llegarás primero a las sirenas, que encantan a cuantos hombres van a su encuentro. Aquel que oye su voz pierde familia y destino y no vuelve…” Ulises, le pide a sus hombres que lo aten al mástil para poder oír. El resto del episodio es bien conocido, sin embargo lo que aquí debemos destacar es la apelación dirigida a la sed de saber del héroe. No es un llamamiento general. En torno de las sirenas yacen los huesos de otros marinos destrozados por ellas. Por eso, Ulises protege a sus hombres tapando sus oídos con cera, pero él, astutamente, se enfrenta a la seducción del canto de estas criaturas. Y como tantas otras veces, logra vencer airoso el obstáculo, burlando a sus opositoras, las sirenas. No hay impedimento posible para este personaje, incansable, atrevido y ávido de conocimiento. La Odisea, celebra su astucia e ingenio. El contexto en el que se produce el poema, resalta esta concepción del héroe. No es un mero agente de cualquier tipo de acciones. Es alguien distinto y superior. Y de acuerdo con lo dicho anteriormente, Ulises cumple con esas condiciones. Por otra parte, su derrotero ejemplifica claramente los pasos que siguen los héroes (si bien Ulises ya es presentado como tal en La Ilíada) en los relatos épicos: Realiza un viaje, aunque éste es el retorno a su patria. Trayecto que está plagado de pruebas, las que representan metafóricamente las dificultades particulares y propias de la antigüedad griega, con todo su bagaje de creencias y desafíos. Lo que distingue a Ulises como héroe es la dimensión de esas dificultades. Para el arribo a su isla ya es un hombre que ha crecido y modificado su espíritu. Tal como afirma Josehp Campbell (1904-1987) “el héroe se constituye como tal a través de dos tipos de hazañas: La física y la espiritual”.[1] Ahora bien, ¿es el mismo Ulises, éste de la Odisea, que el presentado por Augusto Monterroso en “La sirena inconforme”? No. Éste parece más humano, desendiosado podría decirse, más seguro de sí mismo y trabajado por la experiencia adquirida en su continuo volver. Pero no es sólo el héroe el que se nos presenta diferente, sino también las sirenas. No sólo la protagonista, “la sirena inconforme”, sino también sus hermanas aparecen distintas en esta fábula, que en el relato clásico. Llegados a este punto, debemos destacar que si bien el hombre tiene el papel principal en el poema homérico, las figuras femeninas tienen un muy destacado y significativo rol. Las sirenas, son figuras indeterminadas, (no son descriptas en su aspecto por Homero), pero peligrosas, criaturas malignas que representan los peligros del mar para los navegantes. Eróticamente encantadoras, su aspecto físico es muy discutido. Los primeros testimonios en el arte las representaban como seres alados, con cabeza humana. Posteriormente y no se sabe cómo comenzó a representárselas como figuras marinas. Monterroso nos introduce con su fábula en el género paródico, centrándose en la inversión y contraste de los valores, encarnados en los personajes de la obra parodiada. Este recurso es usado por el autor en otro texto, también perteneciente a La oveja negra y más fábulas (1983), que se titula: “La tela de Penélope, o quién engaña a quién”. Aquí, otra vez juega con la inversión y la diferencia, presentando a un Ulises crédulo y a una Penélope que tejía mientras esperaba su regreso, cuando en realidad tejía para mantener al esposo alejado y coquetear con los pretendientes. Por otra parte, de la lectura se desprende que la focalización de los textos es distinta. La Odisea tiene puesta la mirada en el héroe, mientras que en fábula de la sirena, Monterroso da un giro a la historia y la cuenta desde otro punto de vista. Pero a donde queremos dirigir nuestra atención, es al tratamiento que se le da en los dos textos a la figura femenina. Tanto en la literatura como en otras manifestaciones del arte de la antigüedad, la figura femenina aparece vinculada a seres de aspecto híbrido (con características humanas y animales), sumamente peligrosos y engañadores, que atrapan a los hombres por medio de la seducción y el encanto con el fin de destruirlos. Es así como son presentadas, las sirenas en el poema homérico. Como dijimos anteriormente, representan los peligros del mar para los navegantes. Ahora bien, esta imagen de mujer maligna perdura en la historia de la literatura a través de otros relatos en los que se la presenta emparentada con el demonio. La demonización de lo femenino es común en la cultura greco-romano-cristiana. La mujer era considerada como un mal necesario, un ser inferior, sistemáticamente despreciado por los hombres. Es por eso que la misoginia, que se advierte en La Odisea, atraviesa la sociedad del período más largo de la humanidad. Sintetizando hasta aquí, podemos sostener que un aspecto relevante de la cultura antigua y posterior, es la demonización de la mujer, el rechazo a este género de lo humano, por considerarse que sus encantos (tan gratos a los hombres) sólo conducen a la perdición de éste. Sin embargo, no es este el único aspecto que debemos tener en cuenta: la mujer dejaba de ser peligrosa si se la convertía en madre. Entonces, su finalidad en el mundo era la conservación de la especie, el cuidado de la prole. Ahora bien, ¿qué nos muestra Monterroso de sus personajes femeninos? Su “sirena inconforme” es un ser perseverante, que distintamente a sus hermanas (ya cansadas de la indiferencia de Ulises) persiste en su intento de atraer al hombre amado. Siguiendo el relato hasta el final podemos darnos cuenta que la fábula victimiza a la sirena. No obstante, es aquí donde debemos preguntarnos si esta victimización es tal, o es sólo la otra cara de la misma mirada social antes mencionada. Cómo se explica esto: La “sirena inconforme” logra tener parte del tiempo de Ulises, pero éste después la abandona y sale malograda. Ya Hans Christian Andersen (1805-1875) en su famoso cuento La sirenita, presenta a una ejemplar de la especie que salva a un joven príncipe de morir ahogado y se enamora de él. Para obtener su amor (y a pesar de ello no lo logra) cambia su cola de pez por piernas humanas, entregando su voz. Entonces se convierte en una mujer muda. Por lo tanto, nos deberíamos preguntar ¿la mujer “callada”, “sin voz”, es un ideal masculino de otra época? Teniendo en cuenta que la valorización de la mujer en “casi” todas sus facultades y aptitudes, semejantes a las del hombre, tiene poco tiempo en la historia de la humanidad, la respuesta es un sí rotundo. Pero detengámonos en Monterroso. Su sirena, no se queda muda, se queda afónica de tanto insistir en su canto. Y también, al igual que el personaje de Andersen, sale perdiendo, abandonada y con un hijo. Ya en el final de la fábula, el autor nos deja entrever que como madre, “sin padre” que se haga cargo del crío, es probable que termine de prostituta (hecho bastante común de la historia social y cultural). Por supuesto, que ésta es sólo una posible interpretación. La moraleja corre por cuenta del lector y de la posición que adopte frente a los hechos presentados, así como de los códigos culturales de los que esté imbuido. Es por ello, que a partir del análisis interpretativo, se hace claro el entrecruzamiento de códigos: culturales/ tradicionales/populares, semánticos y simbólicos, que tejen ambos relatos, formando una telaraña posible de desenredar si se conoce el contexto en el que fueron producidos los textos. Y es así, que podemos decir que una época, a pesar de las distancias temporales, se une a la otra aceptando o rechazando posturas y por qué no, develando otra faz de lo mismo. Tanto la demonización como la victimización de lo femenino en la historia de la literatura convergen en un mismo destino, la desvalorización de la mujer como ser semejante al hombre en aptitudes y capacidades intelectuales. Se olvidó o no se quiso ver que la mujer además de ser madre y seductora, y esto último no siempre para mal de los hombre, es un ser que piensa y complementa al género opuesto. Por otro lado, como todo hipertexto el de Monterroso transforma al original y se convierte en texto propio e independiente del clásico. No obstante este último completa las ausencias, lo “no dicho” en la fábula y sólo aquel que conozca el poema de Homero, logrará una cabal interpretación, que como ya se dijo acertada o no, depende de la mirada crítica del receptor. [1] Campbell, Joseph. El héroe de las mil caras. Psicoanálisis del mito. México, FCE, 2005.

domingo, 19 de abril de 2009

IMPRESIONES DE UN PROFESOR

Esa mañana entró al aula como lo había hecho durante veinte años. Todo era igual, sin embargo diferente. Ese día los conocería, treinta y cinco adolescentes, no preocupados por un futuro forjado en el estudio. No, eran esos que habían dado vueltas por tantas escuelas y ahora habían anclado en ésta. Algunos acaso, completaran su escolaridad.
Los mira. Ve expectativas de nada en esos ojos, que lo observan desde el fracaso antes de empezar. Los mira y piensa, seguro que exageran un poco. Pero el fatalismo los inunda, tal vez porque el fatalismo es comodidad. Nada más seguro que un cero en geografía, excluir toda posibilidad éxito y desterrar los inconvenientes del esfuerzo. Ahí están, como un abanico de la época. ¿Distintos? ¿Iguales? El rockero, de pantalones ajustados, ropa de marca para el cheto, campera de cuero para el fanático de las motos, pelos largos o flequillos al ras, pokemonas contra pelilais, viudas de quince años antes de casarse, percing y tatuajes por doquier.
Piensa, recién dejaron el asombro de la infancia y sin embargo, tienen ese aire de indiferente seriedad. Dan la impresión de saber más que él. Pero ¿sobre qué? Ese es precisamente el enigma de sus rostros…

Inés Carozza

QUIÉN DIJO QUE TODO ESTÁ PERDIDO…

Lo conocí cuando tenía trece años. Era un chico sin dificultades para la amistad, ni con el estudio. Después algo pasó, un resorte se disparó y un click repercutió en su cabeza. Nunca supe el porqué, pero se transformó. Se aisló, se fabricó una imagen con dibujos certeros en el cuerpo y piercing en la cara; cortó su cabello: un día media cabeza rapada, otro, un cuadriculado a dos tonos. Después no lo vi más.
Con los años, llegó a la nocturna y volvimos a encontrarnos. Persistía en su soledad, sin embargo, permitió que me infiltrara en sus pensamientos. Amaba el arte y era magistral con lápices y colores. Una vez le pedí un dibujo para la revista escolar y no se negó, se sintió halagado y dejó que escarbara la armadura de cueros y melancolía, que escondía en su interior la suavidad del dulce. Terminó el año y se fue como tantos otros.
Sorpresivamente, un día apareció y no lo reconocí. El joven que me hablaba era alguien diferente, sin corte de pelo raro. Me contó que viajaría para estudiar arte, pregunté por el “otro”, dijo “ha encallado en una estación del pasado, yo transito la de la esperanza”.

Inés Carozza

EVA, LOS LIBROS Y LA MANZANA


El Heraldo de Aragón
Por Clara Obligado


Una curiosa operación matemática nos hace ver que a lo largo de nuestra vida, si comenzamos a leer a los diez años y dejamos de hacerlo a los ochenta, con un ritmo de un libro a la semana, sólo lograremos leer unos 3.600 volúmenes. Esto parece saberlo una Eva que lee con avidez en el metro mientras los Adanes del vagón hojean una revista de deportes. Según todas las encuestas, las mujeres leen más y, en los últimos tiempos, se agrupan en esos sorprendentes “clubes de lectura” que germinan por toda la geografía de la Península y que, casi en su totalidad, están compuestos por mujeres. No deja de ser curioso, ya que históricamente el acceso de ellas a los libros fue más tardío y nada parece explicar la causa de tal asimetría.
Podría suponerse que amamos lo que nos cuesta conseguir, que valoramos más lo que logramos con dificultad, y éste es el caso de las Evas y los libros. El simple hecho de acceder a la lectura hizo que ellas hicieran gala de una tenaz inventiva. Así, en la época en la que se construían las catedrales, Hildegarda de Bingen, una monja renana, se escondió en un convento para acceder a los libros y así se la retrató, bajo una ducha de lenguas de fuego de las que emanaba su sabiduría. Ada Byron, precursora del lenguaje informático, tenía un marido que se colaba en las bibliotecas para conseguirle los textos a los que ella, por ser hija de Eva, no podía acceder. Gertrude Bell, amiga de Lawrence de Arabia, la mujer que trazó el mapa de la turbulenta Irak, debía asistir a las clases en la universidad sentada de espaldas para no alterar a los catedráticos con su afán de conocimiento. Para todas ellas pedía Virginia Woolf “una habitación propia”, un espacio reservado al ejercicio intelectual. Así, la historia de las mujeres que leen está llena de aventuras, algunas de ellas heroicas. Son una cadena de “co-legas”, –un vocablo que esconde en su etimología la idea de leer en común– y atraviesan la historia con un libro en la mano. A ellas se suma ahora esta mujer que lee con ansia en el metro o en el autobús, que se reúne en un club de lectura sin otra intención que la de compartir un libro, que con su actitud teje, no la tela de Penélope, sino las sutiles urdimbres de un intercambio basado en la cultura. Ajena a lo que sucede a su alrededor, en esa tierra de nadie que son los transportes públicos, en ese espacio de libertad situado tan lejos de casa como del trabajo, Eva ha encontrado un paraíso a su medida, una habitación propia: la del tiempo libre siempre tan escaso, el paréntesis que se abre como un abanico para que entre un libro. Eva, mientras viaja, en esa gozosa tierra media que está entre el hogar y el trabajo, en el Edén traqueteante, sin pomposidad alguna, se deja ir hacia el apacible laberinto de las páginas y se sumerge en el goloso placer de la lectura.
Como bien decía E. M. Forster, los libros, para comprenderlos, no se pueden devorar, hay que leerlos, y ellas, nutricias la mayor parte del día, aprovechan estos cortos viajes para alimentar su espíritu. Tal vez Eva, al entregarle la manzana a Adán no buscara tentarlo, atraerlo hacia sí, sino más bien alejarlo, distraerlo, darle algo qué hacer y, mientras él masticaba el fruto bajo el árbol, Eva se dedicaba, subrepticiamente, a la lectura.

MIS PINTURAS PREFERIDAS


EL VIOLINISTA


miércoles, 15 de abril de 2009

UN PUENTE ENTRE DOS VIDAS



La imagen del puente lo obsesionaba, a tal punto que en cuanto pudo programó el viaje. Estaba casi seguro, secretamente una voz se lo había dicho cuando aún no sabía de mapas y geografías, que el puente que lo perseguía estaba en Francia.
Mientras fue niño buscó en fotografías y pinturas, pero no podía precisar ni el lugar ni la terrible atracción que sentía cuando se enfrentaba a aquella imagen. Luego pasaron los años, indagó y supo que el Sena está atravesado por innumerables puentes.
Entonces, su puente tal vez estaría en París.
Un día una compañera de trabajo que había viajado a esa ciudad le certificó lo de los puentes. Pero con el tiempo, al puente se fueron agregando otros elementos que componían un cuadro de época. Estaba seguro de que no era un sueño, ni lo había visto en un retrato. Era demasiado real, no por lo que veía sino por lo que sentía.
En un banco junto al puente, a orillas del río, un hombre y una mujer conversaban. Sabía hasta la afirmación, otra vez la voz se lo había dicho, que ese hombre era él. Pero siempre dudaba en cuanto a la mujer. La veía hermosa, no en belleza física: era la hermosura que brinda la mirada del amor.
Viajó. No fue solo. Lo acompañaron su mujer y su hijo menor. El entusiasmo le impedía ver que eran muchos los puentes que debían recorrer para encontrar el suyo, porque ya lo sentía suyo.
Una tarde en la que el calor parisino se hacía sentir sin claudicar, emprendieron el derrotero de puentes cuando, de pronto, un nudo de emoción le cerró la garganta y afloraron las lágrimas. Lo había encontrado: el Alexander III, el más lindo de todos los puentes. Ahora solo restaba ver si estaban el árbol y el banco de plaza. Allí estaban, igual que como él los viera. Sólo quedaba la incógnita de la mujer.
No era tan iluso como para creer que ella estaría ahí. Pertenecía a otro tiempo, presumía que al siglo XVIII por su atuendo. Pero allí estaba y le tendía sus brazos que lo esperaban para rodearlo. Una fuerza irresistible lo atrajo hacía ella. Dejó el brazo de su esposa y soltó la mano de su hijo...
Ambos vieron, atónitos, cómo se alejaba de ellos y se fundía junto al cuerpo femenino para desaparecer con ella por las calles de un París que de pronto les resultaba desconocido.

Inés Carozza

APRENDIZAJE



El viaje en globo comenzó hace mucho tiempo, no podría precisar bien cuánto, pero sé que fue hace mucho. Éramos varios los tripulantes, todos habíamos llegado por razones diversas. Lo único que nos unía era el compartir el viaje.
De vez en cuando, tocábamos tierra. Era en esos momentos en los que aprovechábamos para entrar en contacto con los otros, con los que allí vivían. También de vez en cuando, alguno se quedaba y no volvía nunca más al globo. En otras oportunidades, alguien que había decidido quedarse, volvía a retornar por encontrar insoportable la vida en la tierra. Sólo una vez subió alguien que cambiaría nuestras vidas.
Durante su estada en el mundo terrestre se había desempeñado como terapeuta de almas, ahora quería olvidarse de ese intentar ordenar vidas ajenas para encontrarle un camino a la suya. Sin embargo le fue muy difícil salirse de ese rol, no porque no lo intentara, sino porqué nosotros no la dejábamos hacerlo. Muy pronto, sí recuerdo que fue casi inmediatamente después de su llegada, tomo la conducción del globo. Pero repito, fuimos nosotros los que la condujimos hacía el timón, y ella como si casi no tuviera voluntad se dejó llevar. Todos confiábamos en ella, tal vez con su ayuda, algún día podríamos volver a nuestros hogares.
El tiempo fue pasando y el cambio operado en nosotros pronto se hizo visible. Ahora todos eran solidarios con todos, a cada uno le importaba de los demás. Todas las tareas resultaron más fáciles.
Un día hicimos pie en tierra, otra vez. Muchos bajaron y abandonaron el globo para siempre. Ella no, aun no había encontrado lo que buscaba si bien había ayudado a muchos a hacerlo. Por eso se quedó un tiempo más, pero ya había comenzado a anticiparnos, que fuéramos pensando en volar solos. “Por el aire no se puede usar bastón, para eso tienen que pisar tierra firme”, decía. “Y yo no puedo ser el bastón de ustedes, menos en un globo en el que hay tan poco espacio”. Así que aunque todavía estaba ahí, poco a poco nos fue abandonando. Casi no nos hablaba, se había encerrado en un mundo propio, pero se la veía feliz. Todos intuimos que tal vez había encontrado lo que buscaba, por eso no la molestábamos. Se fue quedando sola… Había cambiado nuestra vida, pero también había cambiado la suya.
Arrinconada en un pequeño lugar, cada vez ocupaba menos espacio, mantenía largas conversaciones consigo misma. Su idioma se nos hizo, poco a poco ininteligible. Cuando de pronto una mañana fuimos testigos de la transformación, ya no era la que había sido. Su cuerpo ahora diminuto, comenzó a cubrirse de plumas, de sus brazos se extendieron alas… Entonces, como si todos hubiéramos sido uno solo, como si nuestras mentes se hubieran conectado para dar a luz un secreto, comprendimos. Comprendimos todo. Porqué había venido al globo, cuál había sido su búsqueda, su destino, su aprendizaje. Por eso todos aplaudimos cuando empezó lentamente a mover las alas, ya casi lo había logrado… Posada sobre la barandilla del globo las desplegó, eran grandes comparadas con el cuerpo, las movió una vez más y levantó vuelo. Sí, sí…, decíamos todos consternados y felices al mismo tiempo, a eso había venido, a observar de cerca a las aves… a aprender a volar.

Inés C. Carozza

viernes, 10 de abril de 2009

EL INICIO DEL CAMINO



“¿Quién dijo que leer es fácil?… Precisamente porque no es fácil, es que convertirse en lector resulta una conquista”[1] Esta cita de Graciela Montes, pone de manifiesto dos cosas: la conquista de convertirnos en lectores y la dificultad que eso conlleva, cuando además es nuestra responsabilidad, impuesta o asumida, la de acercar a otros a leer.
Y ya que de Lectura y Literatura se trata, nada mejor que comenzar citandon un librito de Daniel Pennac, “Como una Novela”,
[2]en el que el escritor francés nos invita a reflexionar sobre lo qué significa leer, lo qué es dar a leer y cómo recuperar el placer de la lectura.
Los que amamos los libros, los que nos hemos escapado siguiendo la ruta de una historia bien narrada, no podemos dejar de identificarnos con éstas páginas, que nos invitan a repensar nuestra tarea de educadores, seamos padres, abuelos, maestros o todo aquel que se sienta con la responsabilidad de sumergir a un niño, a un joven, en el atrapante mundo de la lectura.
Dice Daniel Pennac:

“El verbo leer no soporta el imperativo. Aversión que comparte con otros verbos: el verbo «amar»..., el verbo «soñar»...
Claro que siempre se puede intentar. Adelante: « ¡Ámame!» « ¡Sueña!» « ¡Lee!» « ¡Lee! ¡Pero lee de una vez, te ordeno que leas, caramba!»
— ¡Sube a tu cuarto y lee! ¿Resultado?
Ninguno.
Se ha dormido sobre el libro. La ventana, de repente, se le ha antojado inmensamente abierta sobre algo deseable. Y es por ahí por donde ha huido para escapar al libro.
(…)
Seamos justos: no se nos ocurrió inmediatamente imponerle la lectura como deber. En un primer momento sólo pensamos en su placer. Sus primeros años nos llevaron al estado de gracia. El arrobamiento absoluto delante de aquella vida nueva nos otorgó una suerte de talento. Por él, nos convertimos en narradores. Desde su iniciación en el lenguaje, le contamos historias. Era una cualidad que no conocíamos en nosotros. Su placer nos inspiraba. Su dicha nos daba aliento. Por él, multiplicamos los personajes, encadenamos los episodios, ingeniamos nuevas trampas...
(…)
E incluso si no contamos nada en absoluto, incluso si nos limitamos a leer en voz alta, éramos su novelista, el narrador único, por quien, todas las noches, se metía en los pijamas del sueño antes de fundirse debajo de las sábanas de la noche. Más aún, éramos el Libro.
(…)
En suma, le enseñamos todo acerca del libro cuando no sabía leer. Le abrimos a la infinita diversidad de las cosas imaginarias, le iniciamos en las alegrías del viaje vertical, le dotamos de la ubicuidad, liberado de Cronos, sumido en la soledad fabulosamente poblada del lector... Las historias que le leíamos estaban llenas de hermanos, de hermanas, de parientes, de dobles ideales, escuadrillas de ángeles de la guarda, cohortes de amigos tutelares encargados de sus penas, pero que, luchando contra sus propios ogros, encontraban también ellos refugio en los latidos inquietos de su corazón. Se había convertido en su ángel recíproco: un lector. Sin él, su mundo no existía. Sin ellos, él permanecía atrapado en el espesor del propio. Así descubrió la paradójica virtud de la lectura que consiste en abstraernos del mundo para encontrarle un sentido.
(…)
Sí, le enseñamos todo acerca del libro.
Abrimos formidablemente su apetito de lector. ¡Hasta el punto, acordaos, hasta el punto de que tenía prisa por aprender a leer!
¡Qué pedagogos éramos cuando no estábamos preocupados por la pedagogía!
(…)
La intimidad perdida...
Visto ahora en este comienzo de insomnio, aquel ritual de la lectura, cada noche, al pie de su cama, cuando él era pequeño —hora fija y gestos inmutables—, se parecía un poco a la oración.
(…)
Gratuito. Así es como él lo entendía. Un regalo. Un momento fuera de los momentos. Incondicional. La historia nocturna le liberaba del peso del día. Soltaba sus amarras. Se iba con el viento, inmensamente aligerado, y el viento era nuestra voz.
Como precio de este viaje, no se le pedía nada, ni un céntimo, no se le exigía la menor contrapartida. Ni siquiera era un premio… Aquí, todo ocurría en el país de la gratuidad.
La gratuidad, que es la única moneda del arte.
(…)
¿Qué ha ocurrido, pues, entre aquella intimidad de entonces y él ahora, encallado contra un libro-acantilado, mientras que nosotros intentamos entenderlo (o sea, tranquilizamos) acusando al siglo y su televisión que tal vez nos hemos olvidado de apagar?
¿La culpa es de la tele?
¿El siglo XX demasiado «visual»? ¿El XIX demasiado descriptivo? ¿Y por qué no el XVIII demasiado racional, el XVII demasiado clásico, el XVI demasiado renacentista, Pushkin demasiado ruso y Sófocles demasiado muerto? Como si las relaciones entre el hombre y el libro necesitaran siglos para espaciarse.
Bastan unos pocos años. Unas pocas semanas.
El tiempo de un malentendido.
En la época en que, al pie de su cama, evocábamos el vestido rojo de Caperucita Roja, y, hasta en sus más mínimos detalles, el contenido de su cesta, sin olvidar las profundidades del bosque, las orejas de la abuela tan extrañamente peludas de repente, la clavijilla y la aldabilla, no recuerdo que nuestras descripciones le parecieran demasiado largas.
No es que desde entonces hayan pasado siglos. Han pasado esos momentos que se llaman la vida, a los que se confiere un aspecto de eternidad a fuerza de principios intangibles: «Hay que leer.»
(…)
La escuela llegó muy oportunamente.
Cogió el futuro en su mano.
Leer, escribir, contar...
Al comienzo, él se entregó con auténtico entusiasmo. ¡Qué bonito era que todos aquellos palotes, aquellas curvas, aquellos redondeles y aquellos puentecitos, reunidos, letras! Y aquellas letras juntas, silabé: y aquellas sílabas, una tras otra, palabras, no salía de su asombro. ¡Y que algunas de aquellas palabras le resultaran tan familiares, era mágico!
(…)
Mamá, por ejemplo, mamá, tres puentecitos, un redondel, una curva, otros tres puentecitos, un segundo redondel, otra curva, resultado: mamá. ¿Cómo recuperarse de esta maravilla? (...) ¡Está escrito ahí, delante de sus ojos, pero es algo que sale de él! No es una combinación de sílabas, no es una palabra, no es un concepto, no es una mamá, es su mamá, una transmutación mágica, infinitamente más expresiva que la más fiel de las fotografías, sólo con redondelitos, sin embargo, con puentecitos..., pero que, de repente —¡y para siempre!— han dejado de ser eso, de no ser nada, para convertirse en esa presencia, esa voz, ese perfume, esa mano, ese regazo, esa infinidad de detalles, ese todo, tan íntimamente absoluto, y tan absolutamente ajeno a lo que está trazado ahí, en los raíles de la página, entre las cuatro paredes de la clase...
La piedra filosofal.
Ni más ni menos.
Acaba de descubrir la piedra filosofal.
(…)
Nadie se cura de esta metamorfosis. Nadie sale indemne de semejante viaje. Por inhibida que sea, cualquier lectura está presidida por el placer de leer; y, por su misma naturaleza —este goce de alquimista—, el placer de leer no teme a la imagen, ni siquiera a la televisiva, aun cuando se presente bajo forma de avalancha diaria. Pero si el placer de leer se ha perdido (si, como se dice, a mi hijo, a mi hija, a la juventud, no les gusta leer), no está muy lejos.
Sólo se ha extraviado.
Es fácil de recuperar.
Claro que hay que saber por qué caminos buscarlo, y, para ello, enumerar unas cuantas verdades que no guardan ninguna relación con los efectos de la modernidad sobre la juventud. Unas cuantas verdades que sólo se refieren a nosotros... A nosotros, que afirmamos que «amamos la lectura», y que pretendemos hacer compartir este amor.
(…)
Hay que leer, hay que leer...
¿Y si, en lugar de exigir la lectura, el profesor decidiera de repente compartir su propia dicha de leer? ¿La dicha de leer? ¿Qué es la dicha de leer? Preguntas que suponen, en efecto, un estupendo retorno sobre uno mismo… Una lectura bien llevada salva de todo, incluido uno mismo.
Y, por encima de todo, leemos contra la muerte.
(…)
Basta una condición para esta reconciliación con la lectura: no pedir nada a cambio. Absolutamente nada. No alzar ninguna muralla de conocimientos preliminares alrededor del libro. No plantear la más mínima pregunta. No encargar el más mínimo trabajo. No añadir ni una palabra a las de las páginas leídas. Ni juicio de valor, ni explicación de vocabulario, ni análisis de texto, ni indicación biográfica... Prohibirse por completo «hablar de».
Lectura-regalo.
Leer y esperar.
Una curiosidad no se fuerza, se despierta.
Leer, leer, y confiar en los ojos que se abren, en las caras que se alegran, en la pregunta que nacerá, y que arrastrará otra pregunta.
Si el pedagogo que llevo dentro se ofusca por no «presentar la obra en su contexto», persuadir a dicho pedagogo de que el único contexto que interesa, de momento, es el de esta clase.
Los caminos del conocimiento no confluyen en esta clase: ¡deben partir de ella!
De momento, leo unas novelas a un auditorio que cree que no le gusta leer. No podré enseñar nada serio mientras que no haya disipado esta ilusión, realizado mi trabajo de celestina.
En cuanto estos adolescentes se hayan reconciliado con los libros, recorrerán gustosamente el camino que va de la novela a su autor, y del autor a su época, y de la historia leída a sus múltiples sentidos.
El secreto consiste en estar preparado.
(…)
Pero no basta con leer en voz alta, también hay que contar, ofrecer nuestros tesoros, soltarlos sobre la ignorante playa. ¡Oíd, oíd, y ved lo bonita que es una historia!
No hay mejor manera para abrir el apetito del lector que darle a oler una orgía de lectura.
(…)
En materia de lectura, nosotros, «lectores», nos permitimos todos los derechos, comenzando por aquellos que negamos a los jóvenes a los que pretendemos iniciar en la lectura.

1) El derecho a no leer.
2) El derecho a saltamos las páginas.
3) El derecho a no terminar un libro.
4) El derecho a releer.
5) El derecho a leer cualquier cosa.
6) El derecho al bovarismo.
7) El derecho a leer en cualquier sitio.
8) El derecho a hojear.
9) El derecho a leer en voz alta.
10) El derecho a callamos.
(…)
“El derecho a callarnos”

El hombre construye casas porque está vivo, pero escribe libros porque se sabe mortal. Vive en grupo porque es gregario, pero lee porque se sabe solo. Esta lectura es para él una compañía que no ocupa el lugar de ninguna otra pero que ninguna otra compañía podría sustituir. No le ofrece ninguna explicación definitiva sobre su destino pero teje una apretada red de connivencias que expresan la paradójica dicha de vivir a la vez que iluminan la absurdidad trágica de la vida. De manera que nuestras razones para leer son tan extrañas como nuestras razones para vivir. Y nadie tiene poderes para pedirnos cuentas sobre esa intimidad.
Los escasos adultos que me han dado de leer se han borrado siempre delante de los libros y se han cuidado mucho de preguntarme qué había entendido en ellos. A ésos, evidentemente, hablaba de mis lecturas. Vivos o muertos, yo les dedico estas páginas.”

Esto que he querido compartir es apenas un fragmento de un libro que merece ser leído completo.

1] Montes, Graciela, La frontera indómita. En torno a la construcción y defensa del espacio poético, México, FCE, 2000.
[2] Pennac, Daniel, Como una novela, Buenos Aires, Norma, 2004

LA VENTANA



Un hombre en la ventana.
Un hombre lee al sol.
Un hombre…
Un hombre que es el amor,
Síntesis de ayer, hoy y siempre…
Yo lo contemplo.
Yo, desde otra ventana.
Sé que en algún momento
Nuestras ventanas se unirán,
Sé que la simetría se completará,
Cuando en el otro ángulo
De la ventana, su ventana…
También me recueste yo.
Inés Carozza

domingo, 5 de abril de 2009

LAS FUGAS


Qué por mayo era, cuando hace la calor, cuando los trigos encañan y están los campos en flor…” El romance del prisionero. Sí estaba prisionero, pero diferentemente de aquél, a él no le cantaba ninguna avecilla, que le indicara cuando era de día o de noche. No, su prisión era más oscura todavía porqué existía dentro de su propio ser. Sólo a veces, pocas veces, un haz de luz se filtraba por entre las rejas de su mente, entonces podía huir.Para sus familiares y médicos no se encontraba en ese sitio porqué sí. En la pequeña habitación que ocupaba en su encierro, había una ventanita que le recordaba una y otra vez el viejo poema., sólo que los campos que su visión alcanzaba detrás de las rejas, no eran tales, sino las cúpulas y rascacielos de una gran ciudad, de una urbe semejante a una selva, con sus ruidos, tal vez más salvajes y aterradores. Él alguna vez había formado parte de ella e igual que el resto de los mortales había corrido de un lado a otro, siendo presa fácil del vértigo, de la tecnología y del consumismo hasta el desfreno, hasta la locura. Ahora, reitero, vivía en las sombras casi permanentes de su mente. Y vuelvo a reiterar, sólo algunas veces podía escapar siguiendo la luz que se filtraba desde otra ventana que también se abría en su interior. Fue así que se fue, se fugó.Un día, la ciudad que estaba del otro lado, en la realidad, se vio adornada y de fiesta con una exhibición de globos aerostáticos. Sus colores brillantes invitaban a subir y dar un paseo. Entonces no lo pensó, no podía, y su alma se escabulló en uno de ellos. Se sintió libre por primera vez en su vida. El aire fresco lo despejaba, lo hacia levitar. Y huyó. Voló por rumbos inciertos y no menos peligrosos que los que acechaban al otro lado de la ventanita enrejada. Sólo que está vez, porque se sentía libre, tendría el valor suficiente para afrontar lo que viniera.El viaje en globo duró varios días, pero de pronto sintió deseos de bajar, de pisar tierra, y movido sólo por su voluntad así lo hizo. El lugar era ahora un desierto, para donde mirara sólo lo rodeaba la arena. Arena y más arena, infinita como el tiempo, siempre había estado y estaba y lo recibía en su eternidad, calentando hasta quemar sus pies, que incansablemente seguían en la búsqueda. Pero de qué, se preguntaba. Algunas veces creía saberlo, otras se perdía en los vericuetos de su mente y no encontraba una salida. Era un espíritu sufriente, creo no haberlo dicho porqué algunas palabras sobran, pero lo que es seguro, es que ansiaba la paz.Caminó y caminó. Sus pies se cubrieron de llagas, su piel se resecó, tenía sed. Estoy perdido, pensó. Sólo arena y silencio lo acompañaban, y la aprisionaban. Porqué ahora también estaba preso, sólo que su cárcel era inmensa. Tenía todo el cielo, todas las estrellas, no obstante, no tenía nada. Extraviado, confuso, agotado, sin embargo siguió y cuando creía ver un espejismo, un oasis se convirtió en verdad. Llegó hasta él, al límite de sus fuerzas y se rindió…Un grupo de monjes del desierto, que descansaba también en el oasis, lo rescató. Lo asistieron, le dieron de beber y lo alimentaron, intentando salvar su cuerpo con la intención de salvar su alma. Cuando estuvo en condiciones, meditó junto a ellos y fue en una de esas meditaciones que otra vez, como ya había ocurrido algunas veces, que un haz de luz se coló detrás de una bandada de pájaros en un cielo diáfano y azul, y esta vez igual que otras, vio la oportunidad y no quiso dejarla pasar. Volvió a huir. Se fugó montado en las alas de un ave que lo llevó por el aire hasta desaparecer, esta vez para siempre, en los abismos de la nada.Esa mañana cuando la enfermera entró a su cuarto como todos los días para darle su medicación, lo encontró con una sonrisa de triunfo en el rostro y con los brazos extendidos como queriendo volar. Esta vez sí había burlado las más estrictas normas de vigilancia. Lo había hecho, se había burlado de todos, se había fugado sin haberse movido de su sitio y ya se encontraba libre para seguir buscando ese yo, tan esquivo, que siempre se le escabullía de entre los dedos.Inés Carozza

mis cuadros


Mis cuadros no saben que yo existo...

viernes, 3 de abril de 2009

EVASIÓN

“Y desde el asteroide Kettler todos miraron asombrados a la tierra…” Y colorín, colorado este cuento se ha terminado dijo Rocío cerrando el libro. Sus alumnos la siguieron con la mirada, mientras acomodaba el volumen en el estante correspondiente a relatos de ciencia ficción, luego retornó a su silla y dio por concluido el día escolar. Esa mañana había sido especialmente larga, más que de costumbre, cargada de conflictos con padres y alumnos, no veía el momento de regresar a su casa. Ahí la esperaba su hijita de cinco años y también una serie de problemas, pero estos de otra índole. Fue por eso que antes de emprender el regreso decidió darse un respiro y después que los chicos hubieron salido del aula, volvió a tomar el libro y se sentó en un rincón.
Sin darse prisa y llevada por una voluntad que no era la propia, lo abrió al azar. En la historia que leyera un rato antes los personajes deambulaban como sombras en un asteroide que era un espejo de la Tierra. Todo lo que allí ocurría tenía su correlato en este planeta. Fue entonces cuando en una página, que sin querer había salteado o no había visto en su lectura anterior, descubrió su propia historia, la de una joven maestra que intentaba por todos sus medios sobrevivir en esa jungla que era, de repente, la vida. Su marido la había abandonado, el dinero no le alcanzaba y a pesar de todo tenía que mostrarse entera frente a su hija.
El deseo de perderse en las páginas, que le brindaban la posibilidad de huir, fue intenso, ¿porqué no convertirse en una sombra del asteroide y escapar del dolor? Sin embargo, si todo fuera tan fácil como el desaparecer en un libro y formar parte de la ficción, ya lo hubiera hecho. Pero no era así y las ficciones estaban ahí, en su biblioteca y ninguna la alcanzaba, la tomaba como una gran mano y la introducía en otra historia que no fuera la suya. Qué hacer entonces, se preguntó ya al borde de la desesperación...
Su malestar era tan grande que no tuvo tiempo de advertir que de pronto entre el follaje que ilustraba el cuento, algo se movía. El dibujo representaba una selva exótica, llena de vegetación con distintas tonalidades de verde. Mientras lo observaba casi distraídamente pensó, bueno si en el asteroide de “El Principito” hay volcanes y una rosa egoísta, por qué en éste no va haber selvas. Y estaba sumida en estás reflexionas y en otras más profundas de su vida personal cuando, de pronto unos ojos grandes, entre verdes y amarillos la espiaron por entre el follaje.
Cómo haría, se decía para seguir adelante. Tendría que buscar otro trabajo, pero con lo difícil que estaba todo… No miró la página, su vista ahora estaba perdida en lo más profundo de su interior, sus ojos no tenían capacidad para ver alrededor y menos bajar la vista hacía el libro, que sobre su falda se agitaba sin que ella lo notara.
De en medio de la maleza, agazapados aparecieron dos felinos, que hasta ese entonces no habían estado visibles y como si supieran de su deseo contenido, haciendo gloría de su instinto, esperaban al acecho…
Esa tarde, Rocío no llegó a su casa. En vano la buscó la policía durante varios días rastrillando las zonas aledañas al colegio. Nadie, tampoco la había visto salir como de costumbre hacia la parada del colectivo. Sólo encontraron el libro, abierto sobre un banco, en un rincón del aula desierta. En esa página se observaba la ilustración de una selva en la que dos tigres tranquilos dormían complacidos su pesadez. Junto a ellos y sobre la hoja había un trozo de tela, parecida a la de los guardapolvos, que usan las maestras.

Inés Carozza